martes, 22 de febrero de 2011

¿Churro, media manga o manga entera?

Mientras comía con mi familia en un restaurante el pasado fin de semana, no pude menos que observar a los ocupantes de una mesa cercana. Dos jóvenes parejas  comían con cuatro de sus retoños, dos niños y dos niñas que se afanaban cada uno con sus  maquinitas haciendo caso omiso de las quejas de sus progenitores para que acabaran su comida. Llegaron los postres y comenzó la sobremesa, con animada charla de los padres y concentrado aporreo digital de los chavales en sus respectivas Nintendo.
Lo que me sorprendió no es que a los niños les gustase jugar con sus consolas; de hecho yo tengo una con la que paso ratos muy divertidos y soy una fanática de todo lo que tenga que ver con las nuevas tecnologías.  Pero sí me hizo recordar lo poco que yo habría aguantado sentada en una mesa esperando a que los “mayores” terminaran de comer. Yo habría estado deseando salir a correr al estupendo parque infantil con que contaba el restaurante, y más cuando tenía a mi lado tres niños de mi edad…
Y recordando, recordando, vinieron a mi mente aquellos juegos con los que disfrutábamos en nuestra niñez….  Algunos brutos de verdad, como el burro, en el que no sé cómo no nos partíamos la espalda, o el látigo, en el que podías salir despedido y darte de “morros” con la pared más cercana, o el clavo, con el que siempre corrías el riesgo de atravesarte el pie…
Otros atemporales, como el escondite (“ronda, ronda, el que no se haya escondido que se esconda…”) o  su variante inglesa (“un, dos, tres, al escondite inglés, sin mover las manos ni los pies”).
Los había competitivos, como el pañuelo, o el rescate. Otros tan simples que no entiendo cómo podíamos pasarnos horas jugando: la zapatilla por detrás, el pase misí
Recuerdo todavía las rodillas y manos renegridas después de una buena carrera de chapas, y el tintineo de las canicas en mis bolsillos. La cantidad de tiempo que pasábamos cambiando cromos (“nole, sile…”) o jugando con recortables.
Los primeros besos robados en el juego de las prendas, y los ratos muertos en el coche con el veo, veo (“¿qué ves?”).
Una pelota era diversión asegurada para toda la tarde –siempre que el dueño no se enfadara y se la llevara a casa-, y podíamos pasar horas y horas brincando con una comba o una goma, o empujando una piedra con el pie a la pata coja en una rayuela dibujada con tiza en el suelo.
…y me dan ganas de salir al parque infantil del restaurante y gritar “¿Churro, media manga o manga entera?”.

1 comentario:

  1. Me parece una idea estupenda recordar todos estos juegos que nos han hecho tan felices en nuestra niñez. Yo ya soy mayor ,pero me gustaría conocer si alguien conoce algun libro que resuma todos estos juegos o quizás algun enlace para verlo en Internet.
    Soy un fan de Peinandocanas.com y sinceramente creo que cada semana os superais a vosotros mismos, con artículos sobre temas muy interesantes.
    ¡¡¡¡¡Muchas Felicidades!!!!!
    Rafa

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